La Luna

Había una vez un niño muy pequeño. Tan pequeño que cabía en la mano de cualquier persona. Ese niño cada noche, cuando ya todo era oscuridad y silencio y la ciudad dormía, salía, se sentaba en la arena y observaba a la luna. 
La luna no siempre aparecía, ni se veía igual. Había noches que brillaba y se hacía notar. En cambio, otras veces dejaba la noche muy oscura, a más no poder. 
Un día, se percató del poder que tenía ella sobre él: lo relajaba o lo alteraba. Fue entonces cuando dijo:
- Eres el amor tóxico perfecto; cuando más grande estás, más te deseo, pero más daño me haces. Cuando no estás, mejor me siento, pero te extraño.

La luna, así como influye a la marea, también nos influye a nosotros. 

Comentarios